Agustín Lara, conocido como “El Flaco de Oro”, fue uno de los compositores y cantautores más influyentes de la música romántica en México y Latinoamérica. Sus canciones, cargadas de pasión y poesía, marcaron toda una época y lo convirtieron en un ícono cultural. Pero más allá de su fama, existió una faceta menos explorada su “búsqueda espiritual«.
De la bohemia a la búsqueda interior
Desde joven, Agustín vivió entre escenarios, romances y la intensa vida nocturna de la bohemia mexicana. Esa intensidad artística implicaba también luchas personales: pérdidas, excesos, enfermedades, nostalgias. Con el tiempo, esas vivencias comenzaron a despertar en él preguntas más profundas. En sus últimos años, amigos cercanos cuentan que buscaba en la fe en la oración, en la confesión y en la intimidad con Dios un refugio ante las tempestades emocionales.
Su testimonio espiritual
Relatos de quienes lo conocieron aseguran que, en su madurez, Lara solía decir frases como “Dios me acompaña”, y que incluso deseaba que parte de su música pudiera ofrecerse en un sentido espiritual. Este gesto revelaba que no solo buscaba consuelo en la fe, sino también reconciliar su legado artístico con lo divino, como una manera de pedir perdón por los excesos de la vida bohemia y darle un valor trascendente a su obra.
Su relación con la religión
Aunque nunca hizo un acto público de conversión formal, el respeto hacia la Iglesia Católica se volvió cada vez más evidente. En entrevistas mencionaba a Dios como inspiración, y en los últimos años recurría con mayor frecuencia a la confesión. Este aspecto espiritual formó parte del trayecto final de Agustin, convirtiéndose en una compañía discreta pero significativa.

«Agustín Lara» entre la música y la fe. (Créditos: Pexels @Rodolfo Clix)
Un legado que trasciende
Agustín Lara falleció en 1970, dejando joyas como “Granada”, “María Bonita” y “Solamente una vez”. Su acercamiento a la religión no borró su carácter bohemio, pero muestra el lado humano de un hombre que, al final de su vida, buscó reconciliarse con la fe.
Hoy, recordar a Lara es también reconocer que, detrás de cada nota, hubo un alma que no solo buscaba el amor y la belleza, sino también la paz espiritual de Agustin.
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