La trampa mental de querer lo inalcanzable
Vivimos en una era donde todo parece al alcance de un clic, pero paradójicamente, nunca hemos sentido tanto que “nos falta algo”. Queremos la vida del influencer, el cuerpo del modelo, el trabajo soñado, la relación perfecta. Idealizamos lo que no tenemos porque, en el fondo, lo que nos seduce no es el objeto o la persona, sino la idea de lo que podrían hacernos sentir. Nos encanta imaginar que “cuando lo consiga”, todo será distinto: más paz, más felicidad, más amor propio. Pero esa fantasía es justo eso: una proyección, no una realidad.

Nuestro cerebro juega un papel importante. Está diseñado para buscar placer y evitar dolor, así que se engancha con lo que parece más prometedor. Cuando algo es inaccesible o distante, la mente lo convierte en un símbolo de esperanza o validación. Es como si creyéramos que tener “eso” llenará todos los huecos que no sabemos cómo llenar nosotros mismos. En estas situaciones, idealizamos automáticamente esos deseos inalcanzables.
El brillo de lo ajeno y la sombra de lo propio
Las redes sociales amplifican esta ilusión. Nos muestran fragmentos editados de vidas que parecen mejores que la nuestra. Entonces, sin darnos cuenta, comparamos nuestra realidad completa con el “mejor momento” de alguien más. Idealizamos lo ajeno y subestimamos lo propio. Pero lo que no vemos son las peleas detrás de una relación “perfecta”, la ansiedad detrás del éxito o el cansancio detrás del cuerpo “ideal”.
Idealizar lo que no tenemos nos desconecta del presente. Nos hace vivir esperando algo que, cuando llegue, probablemente no nos llene tanto como imaginamos. La verdadera libertad está en aprender a mirar lo que ya tenemos con ojos nuevos. No se trata de conformarse, sino de dejar de perseguir fantasmas y empezar a disfrutar lo que sí es real, sin la necesidad de idealizar.

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